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sábado, 3 de septiembre de 2011

Suena una de jazz en mi mente.


Suena una de jazz en mi mente. Miro alrededor y no hay nada con lo que me pueda entretener. Sin embargo, siento que puedo conseguir cualquier cosa que me proponga con un micrófono. A través de la melodía deseo hacer vibrar a la gente; sus pelos tienen que ponerse de punta al escuchar todas las críticas, necesidades y peticiones que quiero entonar con mi voz. No tiemblan los cristales, pero me conformo con que mi súplica llegue más allá de las cuatro paredes que me encierran.
Empiezo a moverme al compás de un ritmo que existe exclusivamente en mi cabeza. El suelo resbala y mis pies descalzos son deslizados rozando la gracia de una pluma. Bajo la luminosidad de la lámpara y me sumo en el mundo de la imaginación.
Cierro los ojos y éstos se llenan de chiribitas que me hacen tocar el cielo con las manos, o mejor dicho, el entablado de un escenario. Tirada en el suelo poco a poco me voy levantado con mi vestido negro satén, mis puntas de ballet y mi melena dorada en un discreto recogido.
Canto y baile. Expresión y reflejo de emociones. Una y otra vez la lucha por superarse a uno mismo. Una nota detrás de otra, un demi plié y para terminar un decrescendo de voz hasta acabar en un silencio casi absoluto.
Despierto de mi ilusión cuando oigo la puerta abrirse. Mierda, no puedo tener ni un minuto para mi mundo. Me mandan hacer un recado. De todas maneras, me voy de allí con paz interior y con la misma canción de jazz en mi mente.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Rutina

Comienza un día más de mi asidua rutina. Cuando me despierto, ya no está a mi lado. El periódico tiene más interés que yo.
Bajo las escaleras y lo veo embobado y absorto bajo los efectos de la caja tonta y con el periódico en el suelo. Te jodes, prensa, te ha dejado por otra.
Los buenos días... ¿Para qué decir tres vocablos que sé que no son verdad?.
Al llamarle para desayunar su expresión cambia y devora la comida como un cerdo revolcándose en el lodo. Que asco.
Estoy harta de tu pasotismo con respecto a la limpieza. Ni siquiera nota que hace una semana que no toco su ropa sucia. En el momento en el que el armario quede vacío, suplicará. Si es que no me he ido antes.
Me provoca risa imaginarlo sin mí. Pobre. No es nadie. En ese caso, que le limpie su madre, que yo ya me estoy hartando.
Podría convertirme en una nueva Madame Bovary y buscar a un hombre que me haga sentir importante, pero ya sé yo como acaba todas esas historias. Que rabia. Si un hombre se tira a varias es un máquina.
Es sábado. Él en casa y yo me largo con mi plan perfecto: Starbucks, Cosmopolitan y mañana de compras.
A lo mejor con un vestido nuevo contemplo de otra forma a mi marido. Definitivamente, debería haber tenido un perro.
El móvil suena en mi bolso y... !Eureka! Es mi perro-marido, con doble sentido. Una de dos: o me pide que le lave la ropa o que le friegue los platos.
-Ajá... sí, mmm..., no puedo, estoy lejos, adiós.
Lo sabía; no tiene ropa. Que le den. No sabes valorar la joya que tienes en casa.

-MCS-