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sábado, 3 de septiembre de 2011

Suena una de jazz en mi mente.


Suena una de jazz en mi mente. Miro alrededor y no hay nada con lo que me pueda entretener. Sin embargo, siento que puedo conseguir cualquier cosa que me proponga con un micrófono. A través de la melodía deseo hacer vibrar a la gente; sus pelos tienen que ponerse de punta al escuchar todas las críticas, necesidades y peticiones que quiero entonar con mi voz. No tiemblan los cristales, pero me conformo con que mi súplica llegue más allá de las cuatro paredes que me encierran.
Empiezo a moverme al compás de un ritmo que existe exclusivamente en mi cabeza. El suelo resbala y mis pies descalzos son deslizados rozando la gracia de una pluma. Bajo la luminosidad de la lámpara y me sumo en el mundo de la imaginación.
Cierro los ojos y éstos se llenan de chiribitas que me hacen tocar el cielo con las manos, o mejor dicho, el entablado de un escenario. Tirada en el suelo poco a poco me voy levantado con mi vestido negro satén, mis puntas de ballet y mi melena dorada en un discreto recogido.
Canto y baile. Expresión y reflejo de emociones. Una y otra vez la lucha por superarse a uno mismo. Una nota detrás de otra, un demi plié y para terminar un decrescendo de voz hasta acabar en un silencio casi absoluto.
Despierto de mi ilusión cuando oigo la puerta abrirse. Mierda, no puedo tener ni un minuto para mi mundo. Me mandan hacer un recado. De todas maneras, me voy de allí con paz interior y con la misma canción de jazz en mi mente.

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