La ruta de burdeles es ya mi único y predilecto sino. La alfombra roja por la que camina mi yo perverso, desprovisto de prejuicios morales y voces internas, que alteran el camino por el que dirigimos nuestra percepción animal. Catador de meretrices y gin tonics, de lobas de carretera que me piden que las sodomice, que las muestre el lugar máldito de donde vengo a base de puntapiés. Gozo de una agresividad severa cuando mi estado de embriaguez se mide en botellas vacías, y rujo hasta que me oigan en la luna. Soy un guía del desfiladero.
Me intentaron marcar con hierro ardiendo, pero no es lo mismo caballo que corcel indomable. No me dan miedo ninguno de ellos, es más, noto como tiritan cuando tienen delante en actitud combatiente al lobo con piel de cordero, sediento de sangre, de carne ; ellos lo comprenden, lo conocen, pero nunca sabrán medir sus actos para estar a la altura de las circunstancias. No han estado en el ojo del huracán como yo lo estuve, ni les han roto el rostro en dos con una llave inglesa. No, ellos solo se han paseado triunfantes por el centro de la ciudad, subidos en sus carruajes mientras sus siervos se turnaban para realizarles felaciones por lo bajini, a cambio de nada. Cinismo puro y duro el que se gastan todos. Como a una prostituta me gustaría verlos, dándome la espalda mientras les introduzco barras de metal por la cavidad anal para que esta omita ese sonido de quebranto, para que cruja y la sangre emane.
Todos esos que triunfan o creen que lo hacen, ésos que vemos tan seguros de sí mismos con pose de emperador romano, son los que menos creen en sí mismos. Delante de un toro bravo llevarían a cabo una acción de una acción de huída, no lo intentarían coger por los cuernos como haría yo, desgastando mis dientes en su lomo si no hubiese banderillas que hincarle.
Mi esposa sabe perfectamente que mi testimonio no es incierto, pues he pegado brochazos de oscuridad al lienzo de su existencia: hijos bastardos, violaciones… incluso más de una vez traje a casa a alguna que otra fulana para que se lo montara con nosotros, dando rienda suelta a mis fetiches. Mi última peripecia fue ponerme hasta arriba de farlopa y MDMA, psicoactivo, con la mandíbula haciendo acopio de entereza para no bailotear; alquilé un furgón discreto y en la madrugada me dirigí al cementerio para desenterrar un difundo y cumplir de un plumazo todos mis deseos necrófilos. No me fue difícil cumplir mi misión con éxito pero mi mujer hizo un ademán de atravesarme con un cuchillo de cocina, y la verdad que me hizo un feo bastante impío aunque no se lo reprocho. Le hice el amor a aquel cuerpo sin vida que recién había sido enterrado durante toda la noche, sin importarme lo más mínimo el fuerte olor que desprendía y el avanzado estado de descomposición en el que se encontraba. Se me presentaron algunos problemas colaterales de poca importancia: mi eyaculación fue excesivamente prematura, pues las circunstancias me superaban y aquella situación era demasiado excitante. Mi mujer no dejaba de golpearlo todo y de lanzar enseres domésticos contra las paredes y contra el suelo, sin saber que así creaba un clímax exquisito para mi actividad que junto al efecto de los estupefacientes, era cercano a la ficción. Eyaculé una veintena de veces y después, prendí fuego al muerto y lo llevé dentro de una bolsa de basura al vertedero municipal, todo ello con gran añoranza e histeria.
Se preguntarán si no he tenido nunca problemas con la justicia a causa de mis actos, la respuesta es no. Siempre me las he arreglado para que mis fechorías tuvieran las mismas repercusiones que una chiquillada, sin tener en cuenta a mi mujer, que maltraté psicológicamente hasta el punto de cometer varios intentos fallidos de suicidio que no quedaron en más que en eso, intentos.
Todavía recuerdo con gran exactitud aquel día en el que llegué ebrio a casa, como de costumbre, y me encontré a un maromo tumbado en mi cama con el peso de mi posición más preciada sobre él, empleándose a fondo, cabalgando como una yegua en celo la muy puta. Acabé rápidamente con aquella desagradable escena cuando despegué los cuerpos y dejé a mis puños hacer el resto del trabajo, hasta que el rostro de aquel hombre ya no gozaba de forma alguna. Tal fue el estropicio, que se ahogó en su propia sangre, se tragó la lengua o yo que sé. Entonces puse el rostro de ella sobre aquella carnicería y la obligué a seguir la actividad que estaba llevando a cabo antes de mi llegada. Naturalmente se negó y tuve que propinarle algún que otro azote, mano de santo en mi opinión.
En este momento, me encuentro frente a mi casa acompañado de un bidón de gasoil y una caja de cerillas, con una botella y media de whisky de malta contenida en mi vejiga. Las estrellas me miran con temor mientras convierten el cielo en un melancólico y bello submundo que se alza sobre nosotros; soy un monstruo, el colmo de la raza humana, hijo problemático de Belcebú. Y es que, al fin y al cabo, el hombre no es más que un animal que se deja llevar por sus instintos y pasiones; un animal con un cerebro curiosamente desarrollado, cuyo uso real no supera la décima parte de su capacidad, con un entramado de impulsos eléctricos que nos hacen fluir a su mercé…
El concepto de moralidad que poseemos es algo inventado por la sociedad, lo correcto o lo incorrecto son simples abstracciones que en cualquier otro momento de la historia pueden abdicar, para renacer con nuevos cimientos.
No hay nada que me impida descargar mi ira y convertir en polvo lo que ya fue, librar a la bella mujer duerme de más sufrimientos, pues ya demasiados arrastra. Posee tanta dulzura junta; sus ojos verdes penetran mi ser cada vez que me miran y sus palabras son mi azote divino, la amo y a la vez la odio. Son tan fuertes mis sentimientos que mi cabeza se quebranta a cada segundo, pensando en que la puedo perder. Tengo celos sobrehumanos incluso del viento, del agua y del sol: solo por tocarla. Todo acaba aquí para ella aunque no para mí. Me despido pero no para siempre, con este punto y aparte.
Mucho tiempo ha pasado desde aquello, demasiados años desprovisto de libertad de actuación pero con demasiado tiempo para reflexionar y lucrarme, moralmente hablando. Es penoso que a golpe de manual y antidepresivos me hayan convertido en nuevo ser, sin vivencias de por medio que forjen mis principios como debería. Me consagro como otro producto de esta realidad ficticia a la que poseemos, en donde se atenúan nuestros instintos y se arrastran nuestras ideas hacia la nada. Nos dicen qué pensar y cómo, sin poder hacer nada para evitar esta barbarie.
Nadie me espera a la salida, solo una maleta medio vacía y el aire puro me hacen compañía. No estaría nada mal decir que todo comienza ahora desde cero; que voy a buscar un trabajo que me mantenga y una cama que me cobije en las noches frías, pero no puedo firmar tal cosa con exactitud. Cuanto he soñado con este momento mas de la teoría a la práctica hay mucho más que un tramo y a mí me tiemblan las piernas y tengo un nudo en el estómago similar al de los momentos previos a una cita. Y no es tan extraño, mi cita es con la reconciliación y las segundas oportunidades que se me brindan. Acepto el reto con convicción y sin condiciones.
Llevo horas y horas desgastando mis suelas para dirigirme a todo aquel lugar en el que un “Se necesita personal” acompañe al horario de apertura junto a la puerta. Por fin he encontrado uno, se trata de una oficina administrativa en la que se necesita una persona que se encargue de los recados, en definitiva, que prive del lujo de mover sus grandes barrigas sobrealimentadas a esos burgueses con ropas de etiqueta y soberbio mirar por encima del hombro.
-Señor exconvicto, soy el que te narra, soy tú. No van a haber segundas oportunidades para alguien cuya condena penitenciaria hace unas horas que llego a su fin. Si te rebajas a pedir ayuda a esas gentes, te restregaran por la cara sus billetes, te escupirán, emitirán unas carcajadas interiores que no oirás pero si partirán en dos. El egoísmo está demasiado arraigado y su ánimo de lucro es más fuerte que cualquier acto de misericordia, además tu currículum no va a ayudar en absoluto, eres la deshumanización máxima, un carnívoro sin escrúpulos que mandó al infierno a lo que más quería. Coge tus cosas y vete a la Calle Mayor, allí podrás pedir limosnas y evitarte malos tragos; serás un ser anónimo y nadie te reconocerá. Te dedicarás a sobrevivir en medio de la selva urbana, en invierno será tundra, en verano será desierto y en otoño caerás lentamente a la tierra mas no habrá primavera para que florezcas. El sentimiento de la culpa será el juez que te condene a la peor de las muertes y no habrá indulto posible para tu pena.
-Acepto. Me llamarán árbol, pues sufriré en silencio cuando mis ramas y mis hojas se tornen quebrantables ante el paso del tiempo. Unas fuertes raíces brotarán de mi seno para expandirse, hábiles ellas, busconas de sustancias minerales que alimenten mi tormento, pues no seré un árbol cualquier, seré un árbol maldito cubierto del fulgor más humano que nadie pueda imaginar. Seré aquel que no nació para ser humano pero sí mereció vivir, que nunca recibirá la carta de libertad a pesar de haber cumplido condena. Yo, perezco aquí mas nunca me iré.
Daniel Carrascosa Costa