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jueves, 10 de noviembre de 2011

Sine die

Nada de los días ha cambiado.
El mismo espejo en incierta sombra,
Un verbo oscuro, y tú, al otro lado.
Hoy, te voy a ser sincero,
Porque en mi boca, todavía hierven
Las palabras que no supieron existir.
No hay un sí, ni un porqué,
Tan solo un pero.
Todo, podría haber sido tan diferente,
Allí, donde solo el pulso 
Del reloj conoce la verdad,
Que vendré a dar cuerda
A cada una de las encrucijadas,
A avivar en sus rincones
El fuego de la tierra mojada,
A poner en hora 
Los momentos perdidos,
Y romper, con tu mirada, el tiempo
De los días sin ti.
Deseo sobre deseo, encenderé, 
Los ojos de la noche,
Y con el calor a versos de poesía,
De primer amor, que me ofrecen tus labios,
Soñaré sobre el alma de tu seno infantil,
Para que esta vez, 
Sine die,
Nuestras cenizas eternas, 
Ardan sin fin.
Jose Manuel Lucas

jueves, 3 de noviembre de 2011

Sobre leones y emperadores.

Erase una vez tres hombres sabios que se autodenominaban hombres del pueblo, aunque ignoraban las auténticas inquietudes de éste o a cual pertenecían. En una tertulia los tres hombres discutían sobre la auténtica naturaleza del hombre (por lo visto ahorraron la cerveza los miserables). Existían dos posturas al respecto: una consistía en considerar al ser humano un ente desnaturalizado para mejor, el cual siempre tendía a ser justo y bueno pero que la sociedad en ocasiones demasiado saturada le pervierte. El segundo hombre pensaba justo lo contrario, el exilio voluntario del hombre de su entorno natural le había convertido en un ser mezquino y cruel, y que estaba condenado a la extinción (otro soplapollas). El tercer hombre, el que menos hablaba, se limitó a contar una historia:
Cuentan que el emperador Adriano en uno de los múltiples viajes que realizó en vida sobre su vasto imperio fue testigo de uno de los espectáculos más hermosos que pueda ofrecer la naturaleza.
El emperador había cruzado el mediterráneo y desembarcado en África para visitar sus provincias al norte del continente: la rica en jinetes Numidia y la un día poderosa Cartago. La nobleza local preparó un recibimiento digno y organizó una excursión para el emperador; y montados sobre elefantes recorrieron los anchos paramos de hierbas altas para contemplar aquella fauna tan distinta a la de Roma.
Al atardecer la comitiva alcanzó un pequeño lago rodeado de grandes arbustos que llegaban hasta los ojos de los elefantes; en el centro se encontraba una manda de leones. Adriano observó con interés pues una tragedia se estaba representando en el pastizal.
 Dos leones, uno viejo y el otro joven, combatían.  El león viejo luchaba movido por la desesperación, deseaba acabar con el joven de inmediato. Cada golpe errado o que el joven se limitaba a aguantar sin mostrar signos de desfallecimiento volvía loco al pobre animal. Finalmente la nueva generación humillo a la anterior, el viejo abandonó cabizbajo, cansado y herido aquello que una vez fue suyo. No tuvo valor para mirar a ninguna de las leonas y quiso adentrarse lo antes posible en la larga y agónica muerte que le esperaba.
La manada comenzó a inquietarse, el león joven registraba detenidamente las hierbas y matorrales buscando a los príncipes de su oponente, y uno a uno los fue matando conforme los encontraba. Nada pudieron hacer las leonas que en vano intentaron llamar su atención; a dos los devoró pero el resto quedaron tendidos con las lenguas fuera mirando al Sol. El león joven ebrio de victoria quiso explotar al máximo su triunfo y se colocó detrás de una de las leonas y empezó a montarla. Ella resignada se dejó hacer por el asesino de sus hijos; y éste no se limitó a copular sino que además gozo cómo un cabrón profiriendo alaridos y mordiendo suavemente la nuca de ella.
Los asistentes del séquito se escandalizaron ante la escena pero Adriano se limitó a decir: “igual que nosotros”.
Esa es la verdad; nos pensamos que la naturaleza es presumida y afable por su follaje pero esa misma vegetación esconde una realidad cruel e igual de salvaje que las presuntas civilizaciones de los hombres. No somos peores ni mejores a las otras especies; somos capaces de quemar el mundo entero, verter sal sobre la tierra calcinada y luego crear de la nada. Esa es mi naturaleza.
El tercer hombre no fue invitado a más tertulias.
Pepe Aledo Diz.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Suena una de jazz en mi mente.


Suena una de jazz en mi mente. Miro alrededor y no hay nada con lo que me pueda entretener. Sin embargo, siento que puedo conseguir cualquier cosa que me proponga con un micrófono. A través de la melodía deseo hacer vibrar a la gente; sus pelos tienen que ponerse de punta al escuchar todas las críticas, necesidades y peticiones que quiero entonar con mi voz. No tiemblan los cristales, pero me conformo con que mi súplica llegue más allá de las cuatro paredes que me encierran.
Empiezo a moverme al compás de un ritmo que existe exclusivamente en mi cabeza. El suelo resbala y mis pies descalzos son deslizados rozando la gracia de una pluma. Bajo la luminosidad de la lámpara y me sumo en el mundo de la imaginación.
Cierro los ojos y éstos se llenan de chiribitas que me hacen tocar el cielo con las manos, o mejor dicho, el entablado de un escenario. Tirada en el suelo poco a poco me voy levantado con mi vestido negro satén, mis puntas de ballet y mi melena dorada en un discreto recogido.
Canto y baile. Expresión y reflejo de emociones. Una y otra vez la lucha por superarse a uno mismo. Una nota detrás de otra, un demi plié y para terminar un decrescendo de voz hasta acabar en un silencio casi absoluto.
Despierto de mi ilusión cuando oigo la puerta abrirse. Mierda, no puedo tener ni un minuto para mi mundo. Me mandan hacer un recado. De todas maneras, me voy de allí con paz interior y con la misma canción de jazz en mi mente.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Rutina

Comienza un día más de mi asidua rutina. Cuando me despierto, ya no está a mi lado. El periódico tiene más interés que yo.
Bajo las escaleras y lo veo embobado y absorto bajo los efectos de la caja tonta y con el periódico en el suelo. Te jodes, prensa, te ha dejado por otra.
Los buenos días... ¿Para qué decir tres vocablos que sé que no son verdad?.
Al llamarle para desayunar su expresión cambia y devora la comida como un cerdo revolcándose en el lodo. Que asco.
Estoy harta de tu pasotismo con respecto a la limpieza. Ni siquiera nota que hace una semana que no toco su ropa sucia. En el momento en el que el armario quede vacío, suplicará. Si es que no me he ido antes.
Me provoca risa imaginarlo sin mí. Pobre. No es nadie. En ese caso, que le limpie su madre, que yo ya me estoy hartando.
Podría convertirme en una nueva Madame Bovary y buscar a un hombre que me haga sentir importante, pero ya sé yo como acaba todas esas historias. Que rabia. Si un hombre se tira a varias es un máquina.
Es sábado. Él en casa y yo me largo con mi plan perfecto: Starbucks, Cosmopolitan y mañana de compras.
A lo mejor con un vestido nuevo contemplo de otra forma a mi marido. Definitivamente, debería haber tenido un perro.
El móvil suena en mi bolso y... !Eureka! Es mi perro-marido, con doble sentido. Una de dos: o me pide que le lave la ropa o que le friegue los platos.
-Ajá... sí, mmm..., no puedo, estoy lejos, adiós.
Lo sabía; no tiene ropa. Que le den. No sabes valorar la joya que tienes en casa.

-MCS-

domingo, 17 de julio de 2011

RARO

La resaca de las fiestas pasan factura. Vas a los sitios que solías ir antes y solo hay niños aparentando ser mayores. Me pregunto si yo era asi.
Los chupitos de tequila no me sientan bien, sobre todo si llevo 7 más aparte dos cubatas. En fin son las fiestas, hay que beber.
Ves a la gente con la que te solías relacionar, pero por diferentes motivos estais en grupos distintos y sólo os saludáis cordialmente, preguntandote el por qué de la separación.
Ver a gente nueva, que al principio parecen interesantes, pero conforme vas bebiendo te parecen hasta cómicos.
Sudas de tanto bailar, canciones que ni te suenan al principio, pero que al tercer día ya te las conoces, y parece ridículo tu forma de bailar.
Andar de una barraca a otra, ya que en la que estás hay mucha gente, y prefieres ir a un sitio más tranquilo, donde poder seguir bebiendo, pero al mismo tiempo hablar con los amigos.
Vuelves al mismo sitio, pero por el camino la gente se va quedando hablando con otras personas y te preguntas cuándo te retirarás.
Llegas por fin al sitio de salida y ves que hay menos gente, y te quedas a tomarte la última (o la penúltima). Ves a la gente de antes y vuelves a bailar.
Te levantas por la tarde, ya que llegas a tu casa a las 8 y media de la mañana y el cuerpo te pide descansar aunque lo que quieres es el último cigarro antes de irte a dormir.
Antes de salir ves una red social, para ver si algun amigo ha puesto algo, pero abres la ventana y hay muchas notificaciones, prefieres cerrar.
Deseas que llegue el último día, porque cuatro días de fiesta pasan factura y ya no estamos hechos unos chavales.

Porque en el fondo soy casero y no me gusta mucho salir. Me encanta mi soledad, mis libros, mi música, mi guitarra, mi piano. Te das cuenta que por contentar a la gente estás perdiendo de lo tuyo. Te dicen de todo por no tener pareja y te ries de ellos porque sabes que no necesitas pareja para estar feliz. Mi habitación es mi santuario, nadie entra sin mi permiso y yo nunca quiero salir de allí. El deporte es mi ansiolítico favorito, me da igual del tipo que sea, ya sea yo mejor o peor. Mente sana en un cuerpo sano. Ese es mi lema.

Hace tiempo alguien me preguntó que cómo era mi carácter, mi vida, mis aficiones, en una palabra, cómo era yo. Simplemente dije: Soy raro, un poco asocial, aunque amable con las personas, soy músico, soy deportista, soy lo que quieras que sea. Pero si de verdad quieres conocerme te diré lo que amo. Amo despertarme por la mañana y tener algo que hacer, odio no tener que hacer nada. Amo el mar y la montaña, pero odio los sitios cerrados. Amo a los libros y odio la ignoracia. Y sobre todo amo la frase "vive y deja vivir". Ahora ya me conoces, soy simple y a la vez muy lioso. Por eso me encanta ser yo, ser raro.

Francisco Faura Sánchez

sábado, 9 de julio de 2011

Despedida

Cada vez me cuesta más escribir. ¿Por qué? ¿Qué me está pasando? Hace tiempo que no disfruto del placer de la lectura, de no dormir una noche entera porque un libro me tiene atrapada entre sus páginas y ni Morfeo consigue sacarme de ellas. Ahora ocupo mi mente con otros asuntos, más nimios seguramente, más insustanciales, más cotidianos. Me da miedo perder la sensación de leer la última palabra de una historia nueva, y quedarme con las ganas de volver a repetir por si me he dejado algún cabo suelto en la trama. No, eso no me sucederá a mí, esta vida que llevo no me va a quitar mi esencia, aunque deje de ser filóloga jamás dejaré de ser amiga de la palabra.


Con mi primer texto me despido de vosotros, compañeros, 
pues como algunos sabéis dejo GELYLEA. 
Gracias por haber compartido este año conmigo y 
haberme mostrado lo que es la verdadera pasión por la Lengua y la Literatura. 
Seguiré pasando por aquí aunque no me encontraréis entre los pupitres en septiembre.
Un abrazo,
Marien Álvarez

lunes, 4 de julio de 2011

Beatrice

Mientras todos se dedicaban a soñar
con inalcanzables donnas angelicatas
yo evadirlas intentaba
y cazaba vampiras efímeras de negras alas

Armado del valor para atacar
ante mí apareció la femme fatale
que con la luna llena a sus espaldas
me invitaba a ir con ella

La seguí intrigado, mi labor había olvidado
y mi alma se perdía en la espesura de su pelo
que se confundía con la noche
que sonaba como el graznido del cuervo

Y ese sonido sombrío es lo último que recuerdo
desperté del letal y embriagador sueño
para descubrir que ella me había abandonado
así que recuperada la cordura volví al sendero olvidado

                                                                                                  David García Dávila

Ángela

Volver y ver que todo está cambiado. Dormir tanto tiempo que al despertar no conoces a nadie, aquella chica que conociste un día y sólo recuerdas sus ojos y su pelo, pero ni siquiera de su nombre. Despertar y ver que todo a lo que entregaste tu vida ha sido cambiado por algo nuevo, ni mejor ni peor, simplemente diferente. Caminar en un lugar donde hace 5 años me divertía jugando con otros chicos, donde la conocí. Ver a la gente mayor del pueblo, que antes no te parecía tan mayor, y te preguntan cómo ha ido la vida. Te limitas a contestar que bien, que todo ha salido bien. Sabes de sobra que no es así, ni siquiera sabes cómo tienes las fuerza de decir eso. Hace 5 años, recuerdo, que en la plaza del pueblo los hombres gritaban porque molestábamos jugando con la pelota y mirar hoy en día y no están. Te preguntas que habrá sido de ellos, aunque en el fondo sé la respuesta. Todo parece un sueño, un recuerdo imposible. Aquella tarde del 24 de Junio de hace 5 años, en la cual la gente paseaba tranquila, viendo el espectáculo del fuego y oyendo a la banda del pueblo tocar. Fue la última vez que la vi. Escuchando el concierto de la noche más corta del año, ella también tocaba, aunque ya no lo hacía. Estaba sentada a mi lado hablando de cosas insignificantes, de cosas que en algunos momentos resultan hasta repetitivas, pero en ese momento, en el momento más intenso del concierto de San Juan ella me confesó todo lo del pasado, todas nuestras peleas y amistades y todos sus sentimientos. Me quedé mudo al escuharla, pero más aún cuando me besó. Tal vez desde ahí venga mi desdicha. Ese beso caló tan fuertemente en mi que no podía quitarlo de mi cabeza, ella desapareció esa noche, y al día siguiente fui a su casa y me dijeron que se había ido a estudiar al extranjero.
Cuando me di cuenta que estaba empanado recordando esto, vi un rostro familiar, no era ella... sería un final feliz, y no creo en ellos. Era una persona que yo era capaz de recordar su figura pero no quien era, me preguntó qué como me iba, y yo volví a mentir que todo bien. Estuvimos hablando durante 15 minutos y no me atrevía a perguntarle el nombre. Ella se fue y se despidió de mi. Y allí, en aquél banco me quedé recordando. Pensé en que debía de ir a tomar algo, y al levantarme del banco allí estaba la chica de antes, y me atreví a preguntarle cómo se llamaba, ella entre risas dijo:
- Ángela.

Fran Faura Sánchez

martes, 28 de junio de 2011

Noche calurosa de verano

Noche calurosa de verano y plan para todos los colegas. Los chicos apuestan por las cervezas y el futbolín, mientras que las chicas se decantan por los coloridos cócteles veraniegos. Todos ocupan un pub. Las ruidosas carcajadas y los insultos masculinos entierran las risas superficiales de las féminas.
Ya no hay más dinero para partidas y siguen con ganas de jugar.  Con descaro se  acercan a ellas, que les siguen el juego. Saltan chispas, picardía, locura, calor... Entonces él se fija en ella: misteriosa, silenciosa. Sus miradas se cruzan, se esquivan e inmediatamente se vuelven a mirar, dirigiéndose una sonrisa cómplice que sólo ellos viven. No escuchan a los demás. Una burbuja los encierra pero no quieren salir de ahí.
Con la escusa más tonta se escabullen del grupo. Las risas no cesan hasta que llegan a la orilla. Guiños, carreras, saltos, abrazos, una caída y un beso. Les da igual estar empapados; se divierten, no quieren parar pero cuando el reloj marca las tres Cenicienta quiere volver a casa para no llegar tarde. Acuerdan verse al día siguiente.
Los pasos quedan marcados en la arena; sin embargo, la magia no se va con ellos, sino que permanece eternamente en ese recóndito lugar de la costa.

MCS

domingo, 26 de junio de 2011

Manda huevos, para un sábado noche que podría estar con Maritere intentando convencerla para comernos las partes genitales; me lo paso en casa de mi tío Fernando cuidando a la pequeña. Bueno, al menos la niña se porta bien, en toda la tarde y lo que llevamos de noche solo he tenido que cambiarla una vez. Yo a su edad llenaba traicioneramente a mi padre de mierda. Ella en cambio con cuatro años ya no usa pañal, eso sí que es un voto de confianza y no el dejar las llaves de casa.
Qué se supone que estoy viendo? Mi prima me dijo que después de la cena dejase a la cría ver una hora de dibujos, ¿es este el canal? “El tres con el uno” me dijo, “el tres con el uno es Disney Channel”. Yo no tendré televisión por cable pero conozco los productos de la factoría Disney, y esto no lo es. ¿Le gustará a la nena esto que estamos viendo? Seguramente si, su pequeña figura sentada sobre el blanco inmaculado del sofá y sus ojos abiertos como platos no muestran signos de actividad cerebral. Aunque también lleva puesto un pijama de Charmander y dudo mucho que sepa de la existencia de los Pokémon, a lo mejor ella es más de Squiertel o Bulbasaur, o prefiere Digimon. Seguro que su madre lo compró sin preguntar antes. No puedo creer que para una vez que tengo un televisor de ochenta y cinco pulgadas delante este viendo a cuatro soplapollas haciendo gilipolleces; el humor de ahora consiste en gesticular, dar brincos y cantar sobre la virginidad que no han perdido, ¿los niños entenderán la trama? Las películas de Disney que yo veía eran geniales, hechas por personas con talento, las cuales también fueron niños y seguramente sus madres les leyeron los clásicos de la literatura antes de ir a dormir. Y no se la agarraban con papel de fumar. Hicieron películas como Bambi, la cual mostró a mocosos como yo la existencia de la muerte y su indiferente naturaleza. Con los Aristogatos vislumbre una de las escenas más calentorras del cine, nunca olvidaré al tío Wualdo, todo mamado, siendo llevado a cuestas entre sus dos sobrinitas, las cuales hacían risitas a los pellizcos lascivos que su tío les propinaba en la pompa. Semejante perversión y genialidad sería imposible de concebir hoy en día, como tampoco creo que los niños conozcan la versión de caperuza roja que me leyó mi madre. Para mí la abuelita y la tierna chiquilla fueron devoradas y masticadas por el fiero lobo, nada de esa mariconada de tragárselas vivas, y luego fueron digeridas y cagadas; y en todo caso la aparición del cazador se limitó a llegar y pisar la mierda. Ahora los libros de cuento son de tres líneas por página y el resto dibujos.
Mi prima me dijo que la acostase a las 21:00 y ya son las 22:25, paso prefiero no enemistarme con la criatura. Angelica que tímida es, lo que me ha costado hacer que se moviese para ir a cenar. No me extraña, sabe que este piso tan bonito es de mi tío Fernando, su abuelo, y que mi prima Nuria es su mamá; y que la razón de que ninguno de ellos este hoy aquí es porque han ido a pasar la noche con el yaio, para ella bisabuelo, que está malito. No sabe quién soy yo, le extraña que este aquí haciendo para ella aquello que es exclusivo de su mamá, y tampoco comprende con que derecho toco las cosas de su abuelo Fernando. Lo lamento hija no es culpa mía que los viejos den tanto follón para morirse. Es lo que toca, jodete cabrón que no me contaste un cuento en tu puta vida. ¿Lamentara la niña tu muerte? Espero que no. Delante mía hay una enorme estantería donde conviven en perfecta paz y armonía el televisor, fotos enmarcadas de tiempos pasados( y que por eso nos parecen mejores), libros que nunca serán leídos, piezas decorativas que quisieron ser arte, y lo más importante setenta y cinco deuvedés todos originales. La mesa de roble sobre la alfombra es mi único obstáculo, fácilmente sorteable.
Hace meses que tengo ganas de ver una película bélica pero no de la segunda guerra mundial, son demasiado propagandísticas, sino del Vietnam. Vietnam tuvo que ser de lo más divertido, siempre que no te matasen ni te mutilaran; las películas sobre Vietnam son los poemas homéricos de las artes gráficas. Podría ver La chupa de chapa, Apocalypse Now, La colina de la hamburguesa, Platoon, y como no Rambo. Al cual no hay que confundir con esa mierda de Desaparecido en combate del pelirrojo ese. La primera tuvo cierta gracia pero ya era de ser demasiado gilipollas el perderse dos veces más en el mismo combate. Lástima que la niña no se duerma, aunque tampoco creo que pasase nada porque viera una peli de guerra. En dos días se le olvidaría lo que ha visto, y además la mierda esta es mucho más traumática qué coño. Me está mirando, ¿quieres algo? Ostias es el móvil, Maritere que oportuno. Me levanto y entonces pasa algo raro, la pequeña se altera y hace un ademán de puchero. El miedo a quedarse sola la hace quererme, pobretica: “tranquila nena me voy al pasillo a hablar por teléfono, así no te molesto mientras ves la tele”. Salgo hacia el pasillo, el resplandor que proviene del comedor es mi única guía, me basta, la luz es a veces demasiado impertinente.
-Maritere, dime.
-Pepe, ¿cómo estás? ¿Oye sabes algo de tu abuelo?
-No, no me han dicho nada. Eso significa que todavía vive.
-¿Cómo está la hija de tu prima?
- Bien no arma follón ni na. Le he dado la cena y ahora estamos viendo la tele.
- Pepe yo ahora no estoy haciendo nada, ¿quieres que me pase?
- Uf, no se Mari. Si no he podido hacerme una paja en el aseo porque me daba cosa con la cría por ahí, el follar ya me resultaría violento.
-¡¿Qué dices subnormal?! Yo digo de ir pa vernos y hablar un rato.
-A bueno, si es pa eso mejor no vengas…..¿Maritere?..................Se ha cortao.
Abandono la oscuridad para arroparme de nuevo en la cálida luz del salón. Encuentro algo que me sorprende, la niña está apoyada sobre sus brazos en el cojín del extremo izquierdo del sofá, el más cercano a la puerta. Me estaba esperando, tenía miedo de que no volviese del pasillo; para los niños el pasillo y su oscuridad es un planeta desconocido, un rio por el cual solo navega Caronte y su soledad. Me mira, no hago nada, ella dirige sus ojos de nuevo al televisor. El programa ha terminado y en breve empezará otro igual de malo, ¿te habrá hablado tu madre de mí? Seguramente no, no me gusta el título de primos segundos. Apago la tele y te cojo en brazos: “vamos a la cama niña, voy a contarte un cuento. Para que el día de mi muerte no te sea indiferente”.

Pepe Aledo Diz.

jueves, 23 de junio de 2011

El espejo

Vivía en una sociedad asquerosa, llena de rolles, de chicas 10, de caderas, pechos y culos perfectos. Ella no estaba nada mal, pero la envidia de las otras le destrozó la vida (y ni se enteró de los esquivos sentimientos de las demás).
Todos los días oía lo mismo:
Come menos, no te cabrá el bikini, no hay modelos con tu talla, ponte a dieta...
Una autoestima tan baja como la suya no podía soportar los falsos consejos de sus camaradas.
Esta triste historia comienza con una dieta. Todas las chicas hacen una dieta alguna vez. Lo malo es que ella no seguía el papel: comía menos de lo indicado.
Pasaba mucha hambre y la voluntad iba desvaneciéndose, pero ella era fuerte y salía a correr, mascaba chicle, se arañaba, gritaba...
Las semanas trascurrían y su dependencia al peso iba en aumento. Sentía asco por ella misma. Su perfil le aterraba; observaba las líneas imaginarias de su vientre. No pudo más y empezó a golpearse la barriga con tanta rabia que acabo exhausta tirada en la cama.
Se había convertido en una pluma indefensa que se iba dirigiendo poco a poco a las profundidades del océano.
Era realmente asqueroso ver sus huesos marcados en la piel. Daba pena; ya no salía; se sentía cansada y sin fuerzas.
Cuando sus amigas iban a verla sólo hablaba de comida y calorías. Éstas se cansaron de visitarla y sus padres no la molestaban porque pensaban que estaba estudiando.
Se sentía muy desamparada, pero había rabia en su interior por todo el mundo: no le hacían caso, la ignoraban, ya no la querían. Sólo jugaban con ella.
Corrió hacia la cocina para comer de todo lo que había: nada le apetecía realmente, pero comer la alivió... hasta que rompió a llorar. La culpa la atormentaba. Todo el esfuerzo había sido en vano. Tenía que volver atrás y encontró la manera de hacerlo.
Encerrada en el baño vomitó todo lo que había engullido. Sin embargo, la pesadez continuaba dentro de ella. Recurrió al laxante del botiquín y su efecto fue inmediato.
Al mirarse al espejo, éste le respondió con que a pesar de todas las soluciones para arreglar el daño, éste se reflejaba en su vientre.
Su imagen la llevó a la desesperación y tras dar un fuerte golpe en el espejo, cayó despavorida con la mano empapada en sangre.
Y todo por culpa de una repugnante sociedad que se basa en unos modelos físicos y de conducta.

Mª Ángeles Cruz Solana

domingo, 19 de junio de 2011

Camino hacia la eternidad

      Viajemos juntos hacia la eternidad. Hacia aquellos lugares de los cuales nadie conoce. Viaja conmigo, sirena marinera. Si viajamos en barco no será muy difícil perdernos ante la inmensidad. Cierra los ojos e imagina que es un sueño. Ábrelos cuando sea de noche, cuando te cante tu nana preferida significará que la noche nos acompaña en nuestro viaje, pero aún no, que es de día. El sol debe dejar de mirar si queremos emprender nuestro viaje ya que seguramente le dará envidia vernos marchar. Mientras no me oiga susurrar a tu lado no habrá ningún problema. El sol es el dueño de la mentira y de la codicia, tu hermana te protege de los males, la noche convierte la materia inerte en viva mediante la magia. 

      Al pasar la luna sobre nosotros convierte las sombras en fantasía. Mi leve cuerpo sediento de gloria abre sus alas al aire y mi suelo se hace ceniza al tenderme sobre toda armonía presente a mi alrededor. Mi compañera se estira como yo la enseñé, la luna la da poder para caminar sobre un manto de niebla, sin suelo ni lumbres que se enciendan.

      Así me encuentro, sombra que me airea los pasos de la nada.  Ella va directa hacia sus aposentos en el reino de la ausencia, allá, sola frente a la inmensidad. Y yo que la sigo, para que no se pierda y para ocultarla del sol, sólo cuando aparezca. Mientras tanto no la entretengo, ahora que ella es la reina de la oscuridad, caminaré a su lado hacia la eternidad.

viernes, 17 de junio de 2011

puff!

Y te ríes por no llorar. Porque a veces un fallo tuyo puede hacer que se vaya todo la mierda. Un fallo, que tu te lo tomas como broma y la otra persona se lo toma a pecho. Un fallo que te echa las cosas en cara, y te escupe a pesar de siempre haber apoyado en todo.

Tal vez me suene tu cara, pero cuando te vea por la calle pasaré de largo. Tú me has roto, pero también es verdad que me vuelves a arreglar. Pero ya no quiero más reparaciones de tu parte, me cansas, me odias, aunque digas que me quieres, te escabulles cuando quedamos y ni siquiera te dignas a hacerme un favor.

La vida es dura, chica, me chocaré contra titanes y caeré como una fracasado, pero a pesar de estar en el fondo, estaré más alto que tú. Creo que falta coherencia en estas palabras, que no llegan a las 10 líneas, pero, ¿quién ha dicho que tenga que haberla?

-Te hartas de la coherencia porque eres alocado y feliz, deja que la gente siga llevando la razon y disfruta de tu pequeño mundo en el cual todos tus pensamientos bailan libremente. Tal vez la clave sea seguir siempre riendo, aun cuando llores.

Fran Faura Sánchez

lunes, 13 de junio de 2011

Me quedo solo.

      Acabo de escribir hasta la página 100 y no acabo de encontrar el sentido de este texto tan singular, sin lector alguno que se sienta capaz de sentir lo que yo he sentido al deleitar mis pequeños versos de amor por esta preciada canción. Me observan desde arriba mientras yo, sin que se note mucho mi presencia, los miro desde abajo. Yo entre sombras y ellos desde el cielo vuelan por mares de seriedad y extrañamiento. Sin pasión ni tradición, no sienten nada: "No sirvo para esto, qué depresión". Escribo al sentimiento y me arrastra su desvelo hacia el fin de esta mesura que desemboca, convaleciente, en la ternura.

      No me quedan palabras para continuar por la 101, no tengo lectores que se atrevan a continuarme, tampoco sé a quién deleitar sino es a aquéllos que ya seguí al fabricar esta joven pero ingrata sensación. Nadie los quiere, nadie me aguanta. Ya no sé cómo explicar lo que siente, ya no sé... cómo navegar por mares desconocidos. No encuentro lámparas ni espejos por este sendero deshabitado. Todas mis cerillas se han consumido, no hay antorcha que se resista y vuelvo a estar sólo frente a la inmensidad. Me quedo solo, nadie me acompaña.

      Acompañado por la melancolía y la soledad, abrazados al compañerismo y a la seriedad, en un mundo incoloro, trasteado por el blanco y el negro. Ya no queda nada, me encuentro solo. Guiado por la marea del paisaje tan oscuro e inmenso, me veo solo. Las ideas aletean una y otra vez a mi alrededor pero no soy capaz de acariciarlas, no vuelan por el lugar en el que yo me encuentro. Ya no queda nada en este sitio, solo estoy y solo acabaré como esto siga así.

      Rodeo el lugar con mi barca sin remo, la soledad para un sitio, la melancolía para otro, pero todos juntos, sin separarnos. Dando vueltas en un río en calma, inmerso en la oscuridad, perdido en una cueva sin luces que me guíen. Será mejor que permanezca callado a la espera de que un nuevo lector sea capaz de encontrarme porque alguien quedará que se interese por aquellos viejos poetas. No por mí, sino por ellos. Mientras tanto, continúo a la espera como un alma encadenada al abandono, pero no por mucho tiempo más.

CCuencaP

sábado, 11 de junio de 2011

Mátame, mátame a latigazos de odio que descargues con furia desmedida en mi cuerpo de cera y mi corazón de piedra.
Cógeme en tu mano y manéjame, úsame, entretente conmigo, haz lo que quieras. Utiliza mi vida para tu diversión, llora en mí y tírame luego a la basura. Haré lo que tú me pidas, me ataré a una cuerda y me dejaré tirar. Asumiré un bozal que me impida hablar y sufriré anclada a unas esposas y dos cadenas que entorpezcan mi caminar.
Ódiame. Quema mi bucólica vida de desprestigios y sueños de ladrillo que se desmoronan en la pared. Escupe en mis sonrisas negras y hasta arriba de ceniza, ahoga todas mis lágrimas para que nadie sepa que lloro.
Disfrázame de aire y hazme cometa para dibujar en el viento. Viola mis ojos y fóllatelos hasta un placer orgásmico a las cuatro de la madrugada, y luego, abandónalos desnudos entre contenedores borrachos.
Átame al tronco de un arce y dejáme morirme en flor, y salir capullo sin cáliz y sin vestidos de hojas y lunas llenas.
Desnúdame más allá de lo terrenal, y expón mis miedos en carteles de papel de regalo por todos los tejados de la ciudad.
Hazme dormir en cama de ascuas, y acuéstate a mi lado barnizado en escarcha y hielo; y juega a enfriar el fuego y a calentar el témpano. Sedúceme hasta la locura y rásgame los labios con un único beso. Vete y déjame hacer el amor con tu presencia y míranos desde la esquina, olvídate y vuelve para hacerme ver que no hago el amor, que el amor me hizo a mí.
No aceptes que salte a tus abrazos para abrir de piernas un deseo incandescente, y cierra mi boca con dos dedos que sueltan mis brazos al suelo. Sólo aprueba un onanismo ante tu mirada, no me des más.
Consiénteme el placer de enajenar tu razón por un grito de culminación en mis manos mientras tu indiferencia nace en tu palma, y te fuerza sin querer a masturbar un deseo.
Hazme cautiva de una cárcel del cielo, y sube todos los días a dormir a la luna mientras juego en los tejados con los gatos pardos.
Ponme grilletes y exhibe mis errores en un diccionario de disparates. Recuérdale a todo el mundo mis mentiras y oblígales a mirarme con desprecio y soberbia.
Mátame de vanidad y cólmame de orgullo.
Desbórdame de neutralidad, y pasa por mi lado sin mirarme todos los días. Atraviésame con la mirada y dispárame a bocajarro.
Omite aludir a mi nombre, y otórgame un número de serie. Ponme en fila detrás de los cacharros de cocina, el diván, y los papeles del escritorio.
Hazme fotos con una Polaroid 95, y revela los negativos a la luz del sol para matar los espectros de mis sombras, y que se pierdan en la historia.
Mata al pianista.
Cruzifícame en un alambre. Envuélveme en mimbre, y hazme collares de celdas de uranio.
Haz mi corazón con el plástico de un paquete de tabaco, y colócaselo a un espantapájaros en el lado derecho de pecho.
Escandílame con el fuego fatuo de una bomba incendiaria. Taúame en la sangre un reguero de palabras malsonantes, y señálame en mitad de una plaza abarrotada como alguien que nadie aconseja. Una mala compañía.
Humíllame llevándome a gatas por las aceras, con un lazo al cuello y un candado en el pecho.
Pégame un tiro en el estómago.
Escíbeme una canción.
Hazme un funeral, y cántamela.
Deja que se acabe el disco, y dale la vuelta. Ráyalo.
Mátame.
Mátame.
Pero nunca.
Nunca.
Dejes de existir.












enc.

viernes, 10 de junio de 2011

En el semen y en la carne

Nos encontrábamos tumbados sobre el cesped infinito, cubierto por millones de partículas de agua que no eran indiferentes al fulgor de aquella luna de verano. Una suave brisa nos acariciaba el rostro mientras cantaba una especie de nana que mecía a los tulipanes a un ritmo irregular, pero con la dulzura que el sonido de un beso voluntario deja a su paso.

Yo no era ajeno a la escena que nos envolvía, por lo que me fundí con todo ello, y creí ver temblar a los estrellas. Quizás solo se trataba de luciérnagas que asistían al espectáculo de la reflexión que el futuro más inmediato me deparaba.

-Somos animales al fin y al cabo. Las diferencias entre nuestras almas son diminutas como una ameba, aunque nuestro Yo más íntimo sienta que solo Él posee las llaves del Jardín del Edén. A todos nos ocurre cuando el sueño aún no se ha dejado ver del todo. Es entonces cuando descargamos un pincel secreto sobre el lienzo que sujeta la almohada, creando galerías preciosas.

-Sí, a mí también me ocurre. En esos momentos todo parece estar a unos centímetros de nuestra piel. Es una lástima que solo nos tornemos personas en tan efímeros instantes; el resto del tiempo somos pasto de la inercia.

-De nada sirven las sonrisas, ni las caras largas. La única verdad reside en el semen y en la carne. ¿De qué me sirven entonces las palabras bellas? De nada me sirven. Por eso las guardo en el desván abandonado, para que se pierdan entre los escombros el día en el que el edificio se desplome. Pero dejémonos de habladurías, que Dios nos escucha desde esos matorrales y no tardará en evaporarse. La Caja de Pandora ha sido abierta, y ya nada tiene sentido. Nada.



Rompa estas hojas, Sr. Lector, pues su contenido está maldito.


Daniel C.C.

miércoles, 8 de junio de 2011

extraña figura del tren

Aún recuerdo a aquella chica, diría que no tenía más de veinte años. Morena, alta, con ojos marrones y labios carnosos, nariz prominente que afeaba su cara, pero su rostro era enigmático a la vez que sexy. Eso fue la primera impresión cuando la vi cogiendo el tren. Recuerdo como yo iba hablando con mis amigos y ella se puso en el banco de al lado, sola, meditativa, discutiendo consigo mismo si abrir el libro que llevaba en la mano o encender el reproductor mp3. Al final optó por leer el libro, y ese gesto me dejó prendado. Aquella imagen... Recuerdo que me gustaba ir en tren para verla aunque nunca hablaba con ella. La tenía en mi mente como una divinidad. Mis amigos se reían de mi porque decían que no era gran cosa, pero su mirada... su oscura y fría mirada cada vez me atraía más.

Me estaba volviendo loco... ¿cómo amar a una mujer sin saber siquiera su nombre? ¿Y si tenía pareja?... Prefería no preguntarme nada e imaginarla perfecta, no quería saber nada más. Creía que sólo hablando con ella perdería ese encanto de perfección que había en mi cabeza. Cuantos más meses pasaban más ganas  tenía de viajar en tren. Cuando iba yo solo me saludaba, pero si había alguien me ignoraba completamente.

Estuve con otras mujeres, pero no conseguía quitarme  de la cabeza aquella figura. Quería saber cosas de ella, pero me negaba a buscar. Aunque hoy dudó si busqué: ir todos los días al tren, necesidad de verla, quería ir solo para que me saludara. Puesto que para mi eso era buscar, o por lo menos un indicio, seguí adelante. Al día siguiente de proponermelo fui al tren con la idea de presentarme y entablar una conversación, pero ella no fue. Pensé que estaría enferma, pero pasaron los días, las semanas y no aparecía. Algo dentro de mi me incitaba a seguir yendo al tren, pero conforme pasaron los días esa esperanza de volver a verla desapareció.
Fran Faura Sánchez

Abstracciones


La ruta de burdeles es ya mi único y predilecto sino. La alfombra roja por la que camina mi yo perverso, desprovisto de prejuicios morales y voces internas, que alteran el camino por el que dirigimos nuestra percepción animal. Catador de meretrices y gin tonics, de lobas de carretera que me piden que las sodomice, que las muestre el lugar máldito de donde vengo a base de puntapiés. Gozo de una agresividad severa cuando mi estado de embriaguez se mide en botellas vacías, y rujo hasta que me oigan en la luna. Soy un guía del desfiladero.

Me intentaron marcar con hierro ardiendo, pero no es lo mismo caballo que corcel indomable. No me dan miedo ninguno de ellos, es más, noto como tiritan cuando tienen delante en actitud combatiente al lobo con piel de cordero, sediento de sangre, de carne ; ellos lo comprenden, lo conocen, pero nunca sabrán medir sus actos para estar a la altura de las circunstancias. No han estado en el ojo del huracán como yo lo estuve, ni les han roto el rostro en dos con una llave inglesa. No, ellos solo se han paseado triunfantes por el centro de la ciudad, subidos en sus carruajes mientras sus siervos se turnaban para realizarles felaciones por lo bajini, a cambio de nada. Cinismo puro y duro el que se gastan todos. Como a una prostituta me gustaría verlos, dándome la espalda mientras les introduzco barras de metal por la cavidad anal para que esta omita ese sonido de quebranto, para que cruja y la sangre emane.

Todos esos que triunfan o creen que lo hacen, ésos que vemos tan seguros de sí mismos con pose de emperador romano, son los que menos creen en sí mismos. Delante de un toro bravo llevarían a cabo una acción de una acción de huída, no lo intentarían coger por los cuernos como haría yo, desgastando mis dientes en su lomo si no hubiese banderillas que hincarle.

Mi esposa sabe perfectamente que mi testimonio no es incierto, pues he pegado brochazos de oscuridad al lienzo de su existencia: hijos bastardos, violaciones… incluso más de una vez traje a casa a alguna que otra fulana para que se lo montara con nosotros, dando rienda suelta a mis fetiches. Mi última peripecia fue ponerme hasta arriba de farlopa y MDMA, psicoactivo, con la mandíbula haciendo acopio de entereza para no bailotear; alquilé un furgón discreto y en la madrugada me dirigí al cementerio para desenterrar un difundo y cumplir de un plumazo todos mis deseos necrófilos. No me fue difícil cumplir mi misión con éxito pero mi mujer hizo un ademán de atravesarme con un cuchillo de cocina, y la verdad que me hizo un feo bastante impío aunque no se lo reprocho. Le hice el amor a aquel cuerpo sin vida que recién había sido enterrado durante toda la noche, sin importarme lo más mínimo el fuerte olor que desprendía y el avanzado estado de descomposición en el que se encontraba. Se me presentaron algunos problemas colaterales de poca importancia: mi eyaculación fue excesivamente prematura, pues las circunstancias me superaban y aquella situación era demasiado excitante. Mi mujer no dejaba de golpearlo todo y de lanzar enseres domésticos contra las paredes y contra el suelo, sin saber que así creaba un clímax exquisito para mi actividad que junto al efecto de los estupefacientes, era cercano a la ficción. Eyaculé una veintena de veces y después, prendí fuego al muerto y lo llevé dentro de una bolsa de basura al vertedero municipal, todo ello con gran añoranza e histeria.

Se preguntarán si no he tenido nunca problemas con la justicia a causa de mis actos, la respuesta es no. Siempre me las he arreglado para que mis fechorías tuvieran las mismas repercusiones que una chiquillada, sin tener en cuenta a mi mujer, que maltraté psicológicamente hasta el punto de cometer varios intentos fallidos de suicidio que no quedaron en más que en eso, intentos.

Todavía recuerdo con gran exactitud aquel día en el que llegué ebrio a casa, como de costumbre, y me encontré a un maromo tumbado en mi cama con el peso de mi posición más preciada sobre él, empleándose a fondo, cabalgando como una yegua en celo la muy puta. Acabé rápidamente con aquella desagradable escena cuando despegué los cuerpos y dejé a mis puños hacer el resto del trabajo, hasta que el rostro de aquel hombre ya no gozaba de forma alguna. Tal fue el estropicio, que se ahogó en su propia sangre, se tragó la lengua o yo que sé. Entonces puse el rostro de ella sobre aquella carnicería y la obligué a seguir la actividad que estaba llevando a cabo antes de mi llegada. Naturalmente se negó y tuve que propinarle algún que otro azote, mano de santo en mi opinión.

En este momento, me encuentro frente a mi casa acompañado de un bidón de gasoil y una caja de cerillas, con una botella y media de whisky de malta contenida en mi vejiga. Las estrellas me miran con temor mientras convierten el cielo en un melancólico y bello submundo que se alza sobre nosotros; soy un monstruo, el colmo de la raza humana, hijo problemático de Belcebú. Y es que, al fin y al cabo, el hombre no es más que un animal que se deja llevar por sus instintos y pasiones; un animal con un cerebro curiosamente desarrollado, cuyo uso real no supera la décima parte de su capacidad, con un entramado de impulsos eléctricos que nos hacen fluir a su mercé…
El concepto de moralidad que poseemos es algo inventado por la sociedad, lo correcto o lo incorrecto son simples abstracciones que en cualquier otro momento de la historia pueden abdicar, para renacer con nuevos cimientos.

No hay nada que me impida descargar mi ira y convertir en polvo lo que ya fue, librar a la bella mujer duerme de más sufrimientos, pues ya demasiados arrastra. Posee tanta dulzura junta; sus ojos verdes penetran mi ser cada vez que me miran y sus palabras son mi azote divino, la amo y a la vez la odio. Son tan fuertes mis sentimientos que mi cabeza se quebranta a cada segundo, pensando en que la puedo perder. Tengo celos sobrehumanos incluso del viento, del agua y del sol: solo por tocarla. Todo acaba aquí para ella aunque no para mí. Me despido pero no para siempre, con este punto y aparte.

Mucho tiempo ha pasado desde aquello, demasiados años desprovisto de libertad de actuación pero con demasiado tiempo para reflexionar y lucrarme, moralmente hablando. Es penoso que a golpe de manual y antidepresivos me hayan convertido en nuevo ser, sin vivencias de por medio que forjen mis principios como debería. Me consagro como otro producto de esta realidad ficticia a la que poseemos, en donde se atenúan nuestros instintos y se arrastran nuestras ideas hacia la nada. Nos dicen qué pensar y cómo, sin poder hacer nada para evitar esta barbarie.

Nadie me espera a la salida, solo una maleta medio vacía y el aire puro me hacen compañía. No estaría nada mal decir que todo comienza ahora desde cero; que voy a buscar un trabajo que me mantenga y una cama que me cobije en las noches frías,  pero no puedo firmar tal cosa con exactitud. Cuanto he soñado con este momento mas de la teoría a la práctica hay mucho más que un tramo y a mí me tiemblan las piernas y tengo un nudo en el estómago similar al de los momentos previos a una cita. Y no es tan extraño, mi cita es con la reconciliación y las segundas oportunidades que se me brindan. Acepto el reto con convicción y sin condiciones.
Llevo horas y horas desgastando mis suelas para dirigirme a todo aquel lugar en el que un “Se necesita personal” acompañe al horario de apertura junto a la puerta. Por fin he encontrado uno, se trata de una oficina administrativa en la que se necesita una persona que se encargue de los recados, en definitiva, que prive del lujo de mover sus grandes barrigas sobrealimentadas a esos burgueses con ropas de etiqueta y soberbio mirar por encima del hombro.

-Señor exconvicto, soy el que te narra, soy tú. No van a haber segundas oportunidades para alguien cuya condena penitenciaria hace unas horas que llego a su fin. Si te rebajas a pedir ayuda a esas gentes, te restregaran por la cara sus billetes, te escupirán, emitirán unas carcajadas interiores que no oirás pero si partirán en dos. El egoísmo está demasiado arraigado y su ánimo de lucro es más fuerte que cualquier acto de misericordia, además tu currículum no va a ayudar en absoluto, eres la deshumanización máxima, un carnívoro sin escrúpulos que mandó al infierno a lo que más quería. Coge tus cosas y vete a la Calle Mayor, allí podrás pedir limosnas y evitarte malos tragos; serás un ser anónimo y nadie te reconocerá. Te dedicarás a sobrevivir en medio de la selva urbana, en invierno será tundra, en verano será desierto y en otoño caerás lentamente a la tierra mas no habrá primavera para que florezcas. El sentimiento de la culpa será el juez que te condene a la peor de las muertes y no habrá indulto posible para tu pena.

-Acepto. Me llamarán árbol, pues sufriré en silencio cuando mis ramas y mis hojas se tornen quebrantables ante el paso del tiempo. Unas fuertes raíces brotarán de mi seno para expandirse, hábiles ellas, busconas de sustancias minerales que alimenten mi tormento, pues no seré un árbol cualquier, seré un árbol maldito cubierto del fulgor más humano que nadie pueda imaginar. Seré aquel que no nació para ser humano pero sí mereció vivir, que nunca recibirá la carta de libertad a pesar de haber cumplido condena. Yo, perezco aquí mas nunca me iré.

Daniel Carrascosa Costa